“Me quedo mirando la espuma, con la vista perdida en los cantos rodados que sobresalen en la arena. Y, por tercera vez hoy, allí está, una nueva señal: escalando una concha blanca, veo una mariquita. Sonrío con ternura infantil: esta es la metáfora perfecta, me digo. Ahora la cogeré, jugaré con ella como cuando era pequeña y, en pocos segundos, escapará volando de la palma de mi mano.
Me entretengo con ella, la dejo pasear entre mis dedos, parece que se recrea, no se va tan pronto. Me hago gracia, observando a un bichito tan pequeño, y tratando de anclar esta sensación de contemplación y lucidez. Eso es, ladybird, gracias por traerme al momento presente.
Pero ella sigue absorta en su recorrido por mis nudillos y no hace ningún gesto de querer volar todavía. Saco el móvil para grabarla, pensando que es seguramente el mayor tiempo que he pasado con una. Y ella sigue, cambiando de mano, trepando por el soporte de mi Bamboo, curioseando entre los pliegues, volviendo a mis uñas. La subo a una piedra redonda, la coloco rotundamente protagonista para que luzca majestuosa, esto se merece un vídeo. Y en ese preciso instante, capto el mensaje: la mariquita está girando sin parar, enredada en la forma circular de mi piedra, con movimientos compulsivos diría yo, sin atisbo de ganas de volar. Es como si hubiera olvidado lo que solía hacer: asomarse al mundo humano y volver a sus junglas microscópicas. Y esa pequeña luz va tomando consistencia en mi consciencia, hasta verlo tan nítido como sus lunares rojos y negros: esa mariquita también soy yo.
La poso en la arena para escribir toda esta aventura suya y, después de un rato de varias páginas, me la encuentro caminando tan tranquila, de vuelta sobre mi escritorio improvisado, casi un metro por encima de la arena donde la dejé. Así que me rindo a sus encantos y paro de escribir, es mucho mejor jugar con ella. Parece desorientada y la acaricio con la yema de mi índice izquierdo. Se mete por las arrugas de mi forro y, contra todo pronóstico, la pierdo. Me levanto, me sacudo, la busco por todas partes, no puede ser, ¡yo quería verla volar!
Vuelvo a mi capítulo sólo para dictar: quizás lo que anhelo no es sólo volar. Quizás mi corazón está buscando algo que me dará aún más libertad. Quizás, si desaparezco de esta dimensión que ven mis ojos, sea capaz de trascenderla y de llegar a esa otra donde puede que me esté esperando. Ese otro multiverso en el que yo, esa otra Elisa simultánea y primordial, disfruta del murmullo de las olas al amanecer y al atardecer.”
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