La segunda vez que pregunté qué era el Coaching, me contestaron: es un método de desarrollo personal que viene a rellenar un espacio entre el asesoramiento psicológico y el consejo del amigo bien intencionado. Y me sonó bien. Me gustaría matizar en qué consiste este espacio de reflexión.
Cuando empecé en esto de ser coach, acompañé en sus procesos a varias personas que ya conocía, algunos de ellos amigos de toda la vida. Y lo primero que les tuve que aclarar, tras ver algunas caras de sorpresa, es que los coaches no damos ni opinión ni consejo. Así de asertiva, así de convencida. Y esa es, como ya veremos, una de las principales diferencias con un asesor, un consultor, o un mentor.
Veamos si soy capaz de argumentarlo. Como tengo bastante empatía (digamos que ya la tenía “de serie”, antes de formarme como coach), podría llegar a identificarme tanto con tu asunto que eso me incapacitara para ayudarte. La empatía es estupenda a priori, pero en según qué contexto (o si no la uso en su justa medida) podría resultarme contraproducente.
Entonces, ¿para qué te sirvo? Para hacerte de espejo. Para que pienses diferente. Para que te oigas mientras me lo cuentas. Para que escuches el diálogo interno que estás manteniendo paralelamente. Para que veas nuevos puntos de vista. Para que decidas qué hacer con toda esa tristeza, ira, o frustración.
Un coach te reta a nuevos horizontes y te ayuda a descubrir tu propio camino, sin decirte cuál escoger. Pone en tela de juicio tus juicios. Cree en ti pero no en tus creencias. Piensa a través de ti pero no por ti. Siente tus emociones sin sentirlo-por-ti.
Y lo que pasa a veces, en esas contadas ocasiones en que el espejo es tan brillante que hace que las almas se reconozcan, es que los coaches también nos acabamos haciendo amigos de nuestros coachees, para qué te lo voy a negar. Pero esa es otra historia…
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